Alberca

Ese día fui a tomar fotos a la casa en venta. Cuesta 1 millón de dolares, dicen. Nos atiende una señora de unos setenta años que luego de abrir la puerta, regresa a limpiar la alberca. La mujer que me acompaña comenta lo bonito de ver como toda la mugre de la alberca desaparece al ser aspirada, pero la señora parece no estar de acuerdo con lo bonito de estar jalando un aspirador que pesa más que su propio cuerpo. Me cuenta que siempre se encarga de eso, que no tiene nietos ni hijos que la ayuden. Le digo que al parecer la alberca es muy honda y dice que sí. Tres metros me dice, y me enseña tres dedos de su mano por si no me queda claro. Le digo que tenga cuidado y se aleje un poco del borde porque podría caer y ella me cuenta que han sido unas tres veces también, y de nuevo enseña el trio de dedos, que ha estado a punto de caer dentro. Dice que no sabe nadar, le digo que yo tampoco, así que me hago hacía atrás y le comento que no debería hacer eso cuando está sola porque es peligroso pero dice no tener otra opción. Se queda callada un rato, luego me sonríe mientras dice que va a aprender a nadar. Yo también intento sonreírle, pero sólo me sale una mueca extraña.

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